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La oscuridad
había sido en mí
un templo, al que acudía 
a rezar. De rodillas
la miraba a los ojos
abría la boca, y decía 
por favor, arrastráme 
fuera de mi cuerpo.
Entonces ella
me tomaba entre sus brazos
y con sus manos 
abría mi piel, caminaba
entre mi carne. 
Reposaba dentro, 
un rato. Y los pensamientos, 
se corrían como gotas
por mis ojos.

 

 

 

 

 

 

 

Tomá el arma entre tus manos
mirála, contemplála en silencio,
sopesá la idea de acabar con el registro
original de las cosas.
Colocá el tubo metálico dentro de tu boca
apoyálo sobre tu lengua, sentí
el frío en tu cóncava piel, húmeda.
Observá tu reflejo en el espejo:
¿qué viste cuando hiciste el último gesto
con tus dedos, acaso fue como el chasquido
del mundo cuando todo comenzó?

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Entre las líneas
de tu cuerpo                y las mías
la sensación inequívoca
de una posibilidad.