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Tecnología y democracia: los adolescentes

al servicio de la lectura digital

por Paloma Lucas

Hablar de las prácticas de lectura hoy en día es, inevitablemente, hablar de la tecnología. Ambas conversaciones parecen estar cada vez más entrelazadas a la hora de discutir cómo se lee, o, siquiera, si se lee en la actualidad. Muchos discursos llegan rápidamente a la conclusión de que, gracias a las nuevas tecnologías, las cuales nos han brindado un acceso inimaginable a la información, y el entretenimiento, las personas cada vez leen menos. En este sentido, se suele equiparar la lectura, con el objeto físico del libro. Sin embargo, sabemos a la vez que, en la actualidad, una gran parte de las lecturas suceden justamente a través de dispositivo electrónicos, ya sea de formas legales, como las lecturas en ebooks (libros electrónicos) o mismo a través de bibliotecas web, o medios ilegales, como las descargas de PDF por páginas piratas.  

Pero, entonces, ¿realmente se lee menos? El punto de partida de este análisis es considerar un no como respuesta a este interrogante. Por lo tanto, el objetivo de este trabajo es no pensar realmente si se lee menos o no que en épocas anteriores, sino pensar cómo estas nuevas prácticas de lectura digitales afectan al lector, en especial al joven adolescente, y su derecho al acceso a la cultura y a la literatura. 

Pensar en esta dramática situación, y posteriormente sentarme a escribir, inevitablemente me lleva a pensar y cuestionar demasiados factores y preguntas que no puedo ignorar. En principio, lo interrelacionados que están los factores económicos con el acceso a la cultura, así como la peculiar situación en la que se encuentran los adolescentes, ya sea desde un papel de estudiante, así como desde un interés personal por la literatura.  ¿Qué es más importante? ¿Está la economía por encima de la cultura? ¿O es la cultura primordial para pensar la economía? Y, ¿qué sucede con todos los estudiantes que dependen de ese acceso gratuito para sus estudios? Considerando la situación económica del país, profundizada aún más en los últimos meses, cuyos efectos no escaparon a la industria editorial, ¿qué sucede con las personas que, por distintas razones, no pueden comprar libros físicos? ¿Y aquellos que, debido a estos elevados precios, simplemente no quieren comprarlos? 

A pesar de todos estos interrogantes que no puedo responder y desarrollar debido a la falta de tiempo, espacio y conocimiento, sí hay una respuesta que puedo dar. La realidad no es que no se lee, sino que se lee diferente. Me atrevería a decir, de hecho, que se lee mucho más hoy en día, justamente gracias a esa amplitud de acceso al contenido que nos brindan las nuevas tecnologías. Me parece importante dejar en claro desde un principio que, en mi opinión, la cultura, y el fácil acceso a ella, debe estar por encima de un modelo o política económica.  Un pueblo sin cultura es un pueblo sin soberanía, sin un entendimiento de su propia historia, sin posibilidad de formarse como ciudadanos no solo del país, sino que del mundo. Y si es necesario meterse en internet, evadir cientos de anuncios y virus, y llenar de PDF una computadora para poder acceder a ella, que así sea. 

A raíz de ciertas experiencias personales, charlas con distintas personas sobre la situación (alumnos adolescentes, amigos cercanos y vendedores de libros) y la lectura de ciertos textos teóricos que pusieron en palabras coherentes todas aquellas cuestiones que parecían flotar en mi cabeza, surge este trabajo, esta reflexión, que no busca indicar un buen camino, o apuntar el dedo hacia una postura incorrecta, o buscar héroes y villanos. Más bien, busca problematizar, desde una perspectiva docente, preocupada por la realidad de sus alumnos, así como desde una amante de la literatura, ciertas prácticas y realidades que parecen estar cada vez más naturalizadas. 

Dicho esto, es innegable que somos la gran mayoría los que debemos, o elegimos, leer desde una pantalla, muchas veces tras descargar un PDF de alguna página, en ocasiones, de origen dudoso. Pero no son solamente los adultos, o los estudiantes de niveles superiores, los que nos acercamos a la lectura de esta manera, sino que los adolescentes encuentran también en la tecnología sus oportunidades de leer libros de todo tipo.  Es muy común hoy en día hablar con adolescentes y que digan que mucho de lo que leen es descargado. En el caso de una joven alumna mía de trece años con la que estuve conversando, contó que son muy pocos los libros físicos que tiene, cuatro o cinco, en sus palabras, y el resto de obras las lee desde la computadora. Al preguntarle el porqué de esta situación, respondió que era debido a que eran muy caros, y que, si no, podría leer muy poco. De igual manera, agregó que varios de los libros que ella conseguía descargados de internet eran aquellos a los que no tendría acceso de otra manera. 

Como docente de Literatura en nivel secundario, la relación de los adolescentes con los libros, así como también el acceso a ellos, es algo que está rondando en mi mente en todo momento. Por un lado, considero que la práctica de lectura desde una pantalla, en especial desde un celular, no va a poder ser tan significativa, o tan rica, como lo puede ser una lectura con un libro físico, el cual se puede intervenir, hacer resaltados y reflexiones o anotaciones en los márgenes; una lectura en la que el alumno puede, de cierta manera, apropiarse de ella. Por otro lado, también entiendo que los precios de los libros hoy en día son muy elevados, y hay casos en que restringir la lectura digital puede ser perjudicial para el alumno, siendo este su único modo de acceso. Es necesario ponerse en el lugar de ellos y de sus familias, y entender que, por más que uno comprenda la importancia y la significación del objeto físico libro, el otro, en especial un adolescente cuya vida pasa por completo a través de sus dispositivos tecnológicos, no va a tener las mismas consideraciones u opiniones, lo cual también está bien. Es necesario, en todo caso, lograr que dicha lectura a través de una pantalla sea tan significativa y rica como la que puede proporcionar un libro de papel.

A partir de este trabajo de reflexión, decidí hablar también sobre esta problemática con una conocida que trabaja en una librería. En esta conversación, nuevamente lo primero que surgió fue la situación económica del país, y sus efectos en el mercado editorial, haciendo hincapié en la zona en la que se encuentra el negocio, y el público que lo frecuenta, remarcando que se encuentra dentro de un shopping en la zona de Palermo, y que hay un cierto público adinerado el que lo suele frecuentar. Me comentaba que, a pesar de lo que ella percibía como un “hambre por leer” de parte del público, por fuera de las temporadas altas de las épocas de fiestas y feriados, las ventas están siendo muy bajas, y se da una situación insostenible en la que se ven, incluso, forzados a cerrar la sucursal a fin de mes. No se puede ignorar los altos precios y costos de los libros hoy en día, y la creciente dificultad, y en muchos casos, imposibilidad, de comprarlos nuevos.

Otro elemento que surgió de manera recurrente en las distintas conversaciones que tuve al respecto de esta temática, con personas de distintas edades, ocupaciones y círculos sociales, fue el fácil acceso a una gran cantidad de material de lectura, no solo literaria, sino que también teórica, gracias al internet. Hablando con un conocido de 25 años, ávido lector y consumidor de mucha literatura y de textos académicos, en varios idiomas, me comentaba que empezó a comprar libros en inglés para su ebook cuando tenía alrededor de doce años, ya que, en ese momento, eran más baratos en dólares, así como también empezó, alrededor de los quince años, a descargar PDF de libros en distintos idiomas, a la par que comenzó su interés por esa exploración, ya que, no solamente eran muy caros los libros físicos que no estuvieran en español, sino que, además era muy difícil conseguirlos en algún otro idioma que no fuera el inglés. 

El acceso a distintos tipos de textos de manera digital permitió una mayor masificación de la literatura, y la acercó a muchas personas que, sin esta tecnología, no podrían haber llegado a dichos textos. Se plantean, a su vez, distintos tipos de obras que encuentran su origen y medioambiente en el mundo del internet, tales como los blogs literarios, la poesía en Twitter o las fanfictions (historias creadas por personas, partiendo de productos y personajes ya existentes, pertenecientes a distintos ámbitos y medios del entretenimiento y la cultura). Como bien explica Vanoli (2019) en su texto El amor por la literatura en tiempos de algoritmos, "Internet significó un shock técnico en las capacidades humanas de publicación de escritura" (p. 4). 
 
¿Es un tipo de lectura más válida que la otra? ¿Es más lector aquel que tiene una biblioteca rebalsando de libros? No se puede negar que, en una actualidad en la que lo electrónico y tecnológico parece haberse expandido a todos los ámbitos de la vida humana, el encontrarse con un libro real, físico, con hojas y un aroma tan característico, resulta muchas veces, nostálgico e, incluso, romántico. Pero cómo negar las crecientes dificultades de lograr esa situación.

Ante este creciente "romanticismo" que se puede encontrar por el objeto físico del libro, se contrarresta una nueva tendencia que se puede ver en esta nueva sociedad de la inmediatez y la acumulación, que es el mayor interés por la cantidad de textos, que por la calidad de ellos; o mismo la acumulación de información por sobre el verdadero interés por ella. Graciela Montaldo, en su texto "Ecología crítica contemporánea" (2017), define, de cierta manera, este fenómeno como un "pasaje de la biblioteca al archivo". Explica que "el archivo es el acopio, el uso, lo instituyente (...) Al archivo no hay  (necesariamente) que leerlo, solo construirlo, contemplarlo, analizarlo. Pero no pertenece al ámbito de la lectura" (p. 55). De esta manera, se genera hasta una suerte de competencia por quién leyó o conoce más libros, más que un interés por ahondar en los gustos de cada uno, en la reflexión sobre los textos, en la comprensión de por qué leemos lo que leemos. Y si hay una generación que se presta y que vive completamente zambullida en la inmediatez, atravesada por una noción competitiva de la información, son justamente los adolescentes. Montaldo (2017) explica que "no leemos con la misma disciplina que antes de la red; no escribimos con las mismas pretensiones. Ya hace tiempo que vivimos en otro mundo. A la lectura tradicional se agrega hoy el modo  más aleatorio de lo disponible en los innumerables sitios; el más frenético de los buscadores, el más distraído de la intermedialidad" (p. 56) La facilidad de acceder a libros de todo tipo con solo un par de clics, abre un sin fin de posibilidades para las nuevas generaciones que quieren tener todo de inmediato, que desean estar siempre en las tendencias. 

A esto se le suma otro factor más de sumo interés, la masificación de redes sociales, como conductoras y comunicadoras de tendencias; en especial el peculiar caso de la reseña literaria, a través de distintas redes como YouTube, Instagram y Tik-Tok, las cuales han, sin duda, avivado el fuego a esta tendencia de acumulación y de archivo. Vanoli (2019) explica, a raíz de la influencia de las redes sociales en el mercado editorial, que "es innegable que, cada vez más, esos best sellers se producirán de acuerdo con el procesamiento algorítmico de los gustos y las preferencias de los consumidores" (p. 6). De hecho, volviendo al testimonio de la vendedora de la librería, hablando en específico del público adolescente del local, me explicaba que suelen llevarse los libros que están en tendencia en ese momento en las redes sociales, muchas veces sin entender o conocer realmente el libro que están comprando, e, incluso, muchos casos en los que dichos libros son inapropiados para sus edades (preadolescentes de trece años comprando libros de erótica o de alto contenido sexual), por el simple hecho de ser el libro que está de moda. Se hace difícil pensar la construcción de lectores críticos, una construcción de un camino lector genuino, cuando lo único que parece que se vende es lo que nos dicen que hay que leer (lo cual a su vez cambia constantemente, con un flujo de tendencias casi descontrolado). Pero, a la vez, es justamente parte de esta construcción del lector la experimentación, y la búsqueda de distintos intereses y gustos. Lo que considero necesario hacer, como docente, es evitar que ese camino lector se quede estancado en lo que está de moda en ese momento, y mostrarles a los jóvenes las múltiples puertas que esa lectura inicial puede abrir. 

Al escribir este trabajo, y a partir de las múltiples correcciones, ediciones y cambios, hay una idea, una posición que siempre se mantuvo presente: la importancia de pensar el acceso a la literatura como una necesidad, para todas las personas, pero en especial para los adolescentes, quienes están en pleno desarrollo y crecimiento físico, emocional y cognitivo. Es necesario entender que no se puede luchar contra la tecnología; se la puede cuestionar, se la puede problematizar, y entender que no tiene las respuestas perfectas para todo. Pero pensar que las únicas lecturas válidas o posibles son las que se dan con un libro en la mano es negar todo un universo que abre infinitas puertas de conocimiento, de creatividad, de curiosidad, y de democracia. 

Bibliografía

  • Montaldo, Graciela (2017). Ecología crítica contemporánea. Cuadernos de Literatura, 21(41).

  • Vanoli, Hernán (2019). El amor por la literatura en tiempos de algoritmos. Siglo XXI.

SOBRE LA AUTORA

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Paloma Lucas

Nacida un 2 de noviembre, también conocido como el Día de los Muertos, en 1999. Desde chica se fascinó con la literatura y el cine. Es fanática de lo extraño, lo fantasioso y lo terrorífico, marcada por los universos de Poe, Mariana Enríquez y David Lynch. Descubrió su amor por la literatura en sexto grado, cuando la profesora de inglés le hizo leer cuentos de Poe y Otra vuelta de tuerca de Henry James. Desde chica participó de talleres literarios y decidió que quería dedicarse a la literatura y a charlar sobre ella. Convirtió ese impulso en interés por la docencia.

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